Llenas de sabiduría y sentido
común, estas 4 leyes Te ayudarán a
comprender la forma en la que podemos liberarnos del dolor y vivir en paz.
La visión de la felicidad humana
más difundida en Occidente es aquella que asocia el ser feliz con tener éxito
en la vida, es decir, tener dinero, ser reconocido por el desempeño laboral,
poseer una familia, bienes y salud. Sin embargo, el concepto budista de
felicidad es independiente de todas estas consideraciones. Justamente, su
fundador, Siddharta Gautama, el Buda original, fue un príncipe hindú, que en el
siglo V a. de C., cuando tenía tan sólo 21 años de edad, decidió abandonar las
comodidades del palacio paterno, para ir en busca de la causa del sufrimiento
humano, así como de la forma de superarlo.
Con este fin, se entregó a un
ascetismo riguroso y, luego, a la meditación, hasta que manifestó la
iluminación y se dedicó a predicarla. Sus enseñanzas llegaron a nuestros días y
cada vez ganan más adeptos.
En esta nota, usted descubrirá
cuatro secretos de la felicidad budista para
la vida cotidiana. Bajo una mirada rápida y superficial, estos
principios pueden parecer lejanos de la realidad. Pero, si usted realmente ansía
una vida mejor, sepa que está en sus manos el poder alcanzarla… es sólo
cuestión de práctica cotidiana, ¿se atreve?
1ª LEY: TRANSFORMAR LO NEGATIVO
EN POSITIVO
Desde la perspectiva del budismo,
en toda situación negativa, existe un potencial positivo inherente. Por eso,
cualquier acontecimiento desfavorable se puede modificar y convertir en una
fuente de valores positivos y beneficiosos.
La clave está en la manera en que
respondemos a los sufrimientos inevitables que se producen en la vida. Las
experiencias negativas y penosas a menudo son necesarias para motivarnos. Una
escritura budista describe la enfermedad como un estímulo que despierta el
deseo de buscar la verdad. Del mismo modo, muchas personas han asumido un
compromiso de por vida con la paz y con la justicia, a raíz de haber
experimentado personalmente los sufrimientos de la guerra y las injusticias
presentes en el mundo.
En sentido contrario, si nos
dejamos derrotar por las dificultades o respondemos a las circunstancias
difíciles de manera negativa y destructiva, el veneno que nos producen
permanece y no se transforma. Es al desafiar y superar las circunstancias más
penosas cuando crecemos como seres humanos.
El proceso de trocar lo negativo
en positivo comienza cuando encaramos una experiencia difícil como una
oportunidad de reflexionar sobre nosotros mismos, así como de fortalecer y
desarrollar nuestro coraje y misericordia.
Cuanto mayor empeño pongamos en
ello, mayor será la oportunidad de crecer en vitalidad y sabiduría. De este
modo, el sufrimiento puede sernos útil y permitirnos experimentar una felicidad
más profunda.
2ª LEY: TODO PASA, TODO ES
TRANSITORIO
Un antiguo escrito budista dice:
“Jamás permita que las dificultades de la vida lo perturben. Después de todo,
nadie puede escapar de los problemas, ni siquiera los sabios y venerables. Tan
sólo invoque ‘Nam-myoho-renge-kyo’ quédese en su casa junto a su mujer. Sufra
lo que tenga que sufrir, goce lo que tenga que gozar. Considere el sufrimiento
y la alegría como hechos de la vida y continúe invocando… entonces
experimentará la ilimitada alegría que proviene de la Ley”. Esta enseñanza
exhorta a comprender la naturaleza pasajera de los fenómenos.
Cuando captamos en profundidad
esta verdad, es decir, que en cada uno de nosotros, nuestro entorno y circunstancias
están en permanente cambio, se produce una sensación de desapego respecto al
éxito o al fracaso. En la vida, hay tanto sufrimiento como alegría; lo
importante es cultivar una identidad profunda e invencible, para no dejarnos
influir por estas olas que van y vienen.
El hecho de entender este proceso
del constante cambio puede ayudarnos, además, a enfrentar los acontecimientos
de la vida diaria: vemos cómo las amistades pueden deteriorarse, cómo los
enemigos pueden convertirse en nuestros mejores confidentes, cómo las situaciones
difíciles pueden redundar en beneficios y cómo, de igual manera, el
cumplimiento de nuestros deseos y sueños puede resultar, a la larga,
frustrante.
En este sentido, la comprensión
de que nada permanece y la meditación sobre ella produce en nosotros efectos
inmediatos y se convierte en un eficaz antídoto para neutralizar nuestro
excesivo apego a cosas y personas. Así se consigue estar en paz y armonía a
pesar de todo.
3ª LEY: SER RESPONSABLE DE UNO
MISMO
El budismo nos enseña que los
únicos responsables de nuestro destino somos nosotros mismos. La ley de Causa y
Efecto que rige el Universo dice que cada acto, pensamiento y sentimiento
produce un efecto, ya sea manifiesto o latente: eso es el “Karma”.
Pero, no es definitivo y rígido,
sino algo que vamos construyendo. Quien se levanta solo, desafiando a su
destino, siente alegría infinita porque sabe que tiene el potencial para
cambiar el rumbo de su vida. Sólo ha de decidir qué busca y, para eso, hay que
escuchar al corazón.
Dejarse influenciar por los demás
o por el medio ambiente no es la forma de vida que enseña el budismo. Lograr un
estado de “paz y seguridad en esta vida” no presupone tener una existencia
libre de cualquier adversidad.
El llamado que se nos hace es a
que nos armemos de convicción y coraje ante las dificultades, porque siempre
las habrá. Cuanto más serenos estemos, mejor lograremos luchar contra ellas.
Para lograr esto, el budismo
enseña que debemos ser maestros de nuestra mente en lugar de dejarnos dominar
por ella. La mente es negativa por naturaleza, nos hace dudar, quejarnos y
sufrir. Pero, si logramos aquietarla con la meditación y usar su energía para
actuar a favor de nuestra felicidad, habremos ganado una gran batalla.
Levantarse solo es hacerse responsable, tomar las riendas de la propia vida con
la certeza de que el mérito de lo logrado nos pertenece. Asimismo, habremos de
aceptar el hecho de no haber podido conseguir muchas cosas que deseábamos.
4ª LEY: BUSCAR LA VERDADERA
FELICIDAD
El budismo habla de una felicidad
relativa que es el éxtasis que experimentamos cuando alcanzamos algo que
deseábamos; por ejemplo, un trabajo, una familia, salud, bienestar. Este tipo
de felicidad no es mala en sí misma; pero es frágil y fugaz, porque depende
siempre de algo cambiante: nuestros seres queridos pueden fallecer, nosotros
enfermar o perder bienes materiales.
El otro tipo de felicidad de la
que habla el budismo es la absoluta. Pensemos en dos personas que, dentro de
una misma empresa, hagan el mismo trabajo y tengan la misma situación económica
y social. Una se siente feliz y la otra vive desesperada. No es raro encontrar
esta clase de disparidades.
Esta divergencia se relaciona con
el estado de vida interior, con el corazón de cada uno. La felicidad absoluta
no es la ausencia de sufrimiento; porque esa ausencia no existe en la realidad.
Por el contrario, la verdadera felicidad supone un estado interior de paz y
alegría espiritual, que surge de una identidad sólida, digna e indomable, capaz
de enfrentar las peores dificultades de la vida.
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