ཨོཾ་མ་ཎི་པ་དྨེ་ཧཱུྃ།

lunes, 19 de enero de 2015

Herboristería y farmacología - 5ª parte










Las escuelas
La Alquimia pasó de los Estados musulmanes a los cristianos, donde contó con fanáticos adeptos, figurando entre los que se especializaron en Farmacia: Gentilis de Foligno, Saladino de Ascolo, Ardinino de Pésaro, Basilio Valentín, y en épocas mucho más próximas (sglo XVI), Paracelso y Vant helmont. Esta conjunción de estudios llevados a cabo por árabes y cristianos, estableció una colaboración que dio por resultado la creación de importantísimas escuelas durante el siglo XI, entre las que descollaron las de Montpellier y Salerno. En la primera brillaron Clusius, Bahuin, Delechamp, Lobel, etc. En la segunda, Patrocellus, Gariopontus, Trotulla (siglo XI), y algunos otros de menos nombradía.
Quizá en los imperios musulmanes estuvo en mejores condiciones el ejercicio de la profesión, pero en las naciones cristianas, estaba ésta en manos de especieros que apenas poseían rudimentos de lo que eran drogas. La situación mejoró cuando Federico II tomó bajo su protección la Escuela de Salerno, legislando sobre el ejercicio de la farmacia, cuyos aspirantes habían de probar su competencia ante la Facultad de Medicina, sometiéndose luego para la práctica de aquélla a un Código oficial denominado Antidotarium Nicolai.
La escuela de Salerno se convertiría más tarde en un auténtico modelo para las universidades que le sucedieron. Constantin, de origen cartaginés, tradujo los escritos árabes. El tratado Antidotarium Salernitatum, escrito por Nicolus Praepositus, tuvo gran aceptación; pero fue la amplia obra Regimen Sanitatis Salernitatum sobre plantas medicinales, a la que debe la escuela de Salerno su universal celebridad. Sin embargo, en aquellas épocas el saber se concretaba a las comarcas donde las escuelas radicaban, y algunas ciudades donde se establecían los graduados; en las poblaciones rurales se imponía por contra el azote de la incultura.
La Escuela de Montpellier fue fundada por los seguidores de la Escuela de Salerno, tras su declive, conducidos por Arnaud de Villeneuve (1235-1311). Aunque esta escuela no alcanzó la misma celebridad que la de Salerno, sí contribuyó a reunir insignes médicos, como el cirujano Guy de Chauliac, que curó la ceguera del rey de Bohemia, Jean de Luxembourg.
La función de la medicina monástica
A finales del siglo XII, la medicina laica trajo consigo el declive de la medicina llamada monástica; ésta se había caracterizado por la recopilación de escritos en los que se referían las virtudes medicinales de las plantas.
El decreto de Carlomagno (768-814), célebre capitular De villis, contribuyó notablemente a impulsar el desarrollo de la medicina popular, al ordenar oficialmente a conventos y grandes explotadores el cultivo de plantas medicinales, hortalizas y determinados árboles y flores. La medicina monástica cumplió una función inestimable guardando las tradiciones de las enseñanzas médicas.
Los periodos inciertos de la herboristería
La herboristería pasó un ingrato periodo a partir de finales del siglo XII. Las antiguas enseñanzas no se difundían; las ciencias naturales y la observación directa eran objeto de atención de muy pocos; el comercio de las drogas y medicamentos pasaba en esa época por Alejandría, Oriente, Venecia y Florencia. No obstante, destacó un importante personaje: Alberto Magno (1193-1280), botánico y médico escolástico, obispo de Ratisbona, que dejó escritos seis libros sobre la medicina de las plantas.
A la Escuela de Salerno siguió la de Nápoles, protegida por Roger I, el cual separó los droguistas o especieros de los farmacéuticos. Los primeros se denominaron stationarii y los otros, confectionarii. Los segundos particularmente estaban bajo la tutela e inspección de los Colegios de Medicina, ante los cuales habían de probar sus aptitudes. Se observaba parecida línea de conducta en Francia y en los Estados cristianos españoles, donde comenzaron a constituirse las primeras asociaciones gremiales de boticarios en el siglo XIII.
Acontecimientos que impulsaron la herboristería
En la primera mitad del siglo XIV, Simón de Genes y Mattaeus Sylvaticus facilitaron en gran medida la tarea de los herboristas que les sucedieron, al revisar y relacionar nombres botánicos árabes y griegos con los latinos. Fue en esta época cuando se produjeron acontecimientos trascendentales que venían a complementar la ampliación de conocimientos en el campo de la ciencia botánica, tales como la invención de la imprenta por Johannes Gutenberg en 1450, que dio un salto de gigante a los medios para la difusión del conocimiento; y el descubrimiento de América en 1492. Gracias a ello, multitud de herbarios fueron impresos, facilitando la importación a Europa de numerosas drogas nuevas.

Johannes Gutenberg, inventor de la imprenta, dio un salto de gigante a los medios para la difusión del conocimiento.
Mucho antes, la necesidad de contar con una obra que tratara sobre la cura y empleo de remedios vegetales, se dejaba sentir en los medios populares. En 1484 hizo su aparición el herbario de Maguncia (Herbarius maguntinae impressus), que a pesar de ser una obra de autor desconocido tuvo un éxito notable. Describe las drogas que se vendían en las boticas con ilustraciones de modelos reales. Se publicó repetidamente en Alemania, Holanda, Venecia, Vicenza y Padua. Otra obra aún más importante, el Hortus sanitatis (jardín de la salud) nació a raíz del gran éxito del herbario de Maguncia.

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