Las escuelas
La Alquimia pasó de los Estados musulmanes a los
cristianos, donde contó con fanáticos adeptos, figurando entre los que se
especializaron en Farmacia: Gentilis de Foligno, Saladino de Ascolo, Ardinino
de Pésaro, Basilio Valentín, y en épocas mucho más próximas (sglo XVI),
Paracelso y Vant helmont. Esta conjunción de estudios llevados a cabo por
árabes y cristianos, estableció una colaboración que dio por resultado la
creación de importantísimas escuelas durante el siglo XI, entre las que
descollaron las de Montpellier y Salerno. En la primera brillaron Clusius,
Bahuin, Delechamp, Lobel, etc. En la segunda, Patrocellus, Gariopontus,
Trotulla (siglo XI), y algunos otros de menos nombradía.
Quizá en los
imperios musulmanes estuvo en mejores condiciones el ejercicio de la profesión,
pero en las naciones cristianas, estaba ésta en manos de especieros que apenas
poseían rudimentos de lo que eran drogas. La situación mejoró cuando Federico
II tomó bajo su protección la Escuela de Salerno, legislando sobre el ejercicio
de la farmacia, cuyos aspirantes habían de probar su competencia ante la
Facultad de Medicina, sometiéndose luego para la práctica de aquélla a un
Código oficial denominado Antidotarium Nicolai.
La escuela de Salerno se convertiría más tarde en un
auténtico modelo para las universidades que le sucedieron. Constantin, de
origen cartaginés, tradujo los escritos árabes. El tratado Antidotarium
Salernitatum, escrito por Nicolus Praepositus, tuvo gran aceptación; pero
fue la amplia obra Regimen Sanitatis Salernitatum sobre plantas
medicinales, a la que debe la escuela de Salerno su universal celebridad. Sin
embargo, en aquellas épocas el saber se concretaba a las comarcas donde las
escuelas radicaban, y algunas ciudades donde se establecían los graduados; en
las poblaciones rurales se imponía por contra el azote de la incultura.
La Escuela
de Montpellier fue fundada por los seguidores de la Escuela de Salerno, tras su
declive, conducidos por Arnaud de Villeneuve (1235-1311). Aunque esta escuela
no alcanzó la misma celebridad que la de Salerno, sí contribuyó a reunir
insignes médicos, como el cirujano Guy de Chauliac, que curó la ceguera del rey
de Bohemia, Jean de Luxembourg.
La función de la medicina monástica
A finales
del siglo XII, la medicina laica trajo consigo el declive de la medicina
llamada monástica; ésta se había caracterizado por la recopilación de escritos
en los que se referían las virtudes medicinales de las plantas.
El decreto de Carlomagno (768-814), célebre capitular
De villis, contribuyó notablemente a impulsar el desarrollo de la medicina
popular, al ordenar oficialmente a conventos y grandes explotadores el cultivo
de plantas medicinales, hortalizas y determinados árboles y flores. La medicina
monástica cumplió una función inestimable guardando las tradiciones de las
enseñanzas médicas.
Los periodos inciertos de la herboristería
La
herboristería pasó un ingrato periodo a partir de finales del siglo XII. Las
antiguas enseñanzas no se difundían; las ciencias naturales y la observación
directa eran objeto de atención de muy pocos; el comercio de las drogas y
medicamentos pasaba en esa época por Alejandría, Oriente, Venecia y Florencia.
No obstante, destacó un importante personaje: Alberto Magno (1193-1280),
botánico y médico escolástico, obispo de Ratisbona, que dejó escritos seis
libros sobre la medicina de las plantas.
A la Escuela de Salerno siguió la de Nápoles,
protegida por Roger I, el cual separó los droguistas o especieros de los
farmacéuticos. Los primeros se denominaron stationarii y los otros, confectionarii.
Los segundos particularmente estaban bajo la tutela e inspección de los
Colegios de Medicina, ante los cuales habían de probar sus aptitudes. Se
observaba parecida línea de conducta en Francia y en los Estados cristianos
españoles, donde comenzaron a constituirse las primeras asociaciones gremiales
de boticarios en el siglo XIII.
Acontecimientos que impulsaron la herboristería
En la
primera mitad del siglo XIV, Simón de Genes y Mattaeus Sylvaticus facilitaron
en gran medida la tarea de los herboristas que les sucedieron, al revisar y
relacionar nombres botánicos árabes y griegos con los latinos. Fue en esta
época cuando se produjeron acontecimientos trascendentales que venían a
complementar la ampliación de conocimientos en el campo de la ciencia botánica,
tales como la invención de la imprenta por Johannes Gutenberg en 1450, que dio
un salto de gigante a los medios para la difusión del conocimiento; y el
descubrimiento de América en 1492. Gracias a ello, multitud de herbarios fueron
impresos, facilitando la importación a Europa de numerosas drogas nuevas.
Johannes Gutenberg, inventor de la imprenta, dio un salto de gigante a los medios para la difusión del conocimiento.
Mucho antes, la necesidad de contar con una obra que
tratara sobre la cura y empleo de remedios vegetales, se dejaba sentir en los
medios populares. En 1484 hizo su aparición el herbario de Maguncia (Herbarius
maguntinae impressus), que a pesar de ser una obra de autor desconocido
tuvo un éxito notable. Describe las drogas que se vendían en las boticas con
ilustraciones de modelos reales. Se publicó repetidamente en Alemania, Holanda,
Venecia, Vicenza y Padua. Otra obra aún más importante, el Hortus sanitatis
(jardín de la salud) nació a raíz del gran éxito del herbario de Maguncia.
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