ཨོཾ་མ་ཎི་པ་དྨེ་ཧཱུྃ།

viernes, 2 de enero de 2015

Herboristería y farmacología - 3ª parte






Las ciencias de curar en la antigua Grecia
En la Grecia heroica aparecen las ciencias de curar encerradas en los templos, en los cuales colgaban sus exvotos los enfermos que habían conseguido curación.
La medicina se servía de fórmulas mágicas, conjuros y otros procedimientos que actualmente quizá se llamarían metapsíquicos, pero no obstante, en muchísimos casos se acudía también a los medicamentos.
Pocas noticias ciertas han llegado de los empleados, por más que en las obras de homero se citan la aristoloquia, la centaura menor y sobre todo las aguas minero-medicinales. Orfeo, Melampo y Chiron aparecen como médicos. Las sectas filosóficas que precedieron a Sócrates, formadas por Thales, Empedocles Demócrito, Pitágoras, sacaron a las ciencias de curar fuera de los recintos hieráticos, preparando la llegada de Hipócrates que inauguró una nueva era para las mismas.

Se sabe que existían boticas en la antigua Grecia, basándose los ayudantes de los médicos, a cuyo cargo corrían las mismas, para la preparación de los medicamentos, en una especie de código o Farmacopea. Quizá la administración pública tuviera intervención en las mismas, pero como dependían tan directamente de los médicos, aquélla sería en todo caso muy relativa.
Hipócrates sistematizó los grupos de medicamentos, dividiéndolos en purgantes, narcóticos y febrífugos. Los sudoríficos de acción directa no se empleaban, para prepararlos se usaban simples vegetales y minerales y algunas sales de naturaleza inorgánica. Las formas farmacéuticas eran numerosísimas, pero sin los jarabes, que no se emplearon hasta que siglos más adelante los árabes los dieron a conocer. Platón y Aristóteles se ocuparon del estudio de los materiales farmacéuticos más que de los medicamentos propiamente tales. Sin embargo, no sentaron nada nuevo respecto a los mismos, limitándose a comentar y ordenar las noticias que de ellos se tenían. Teofrasto, en su Historia de las plantas, tampoco hizo adelantar ningún paso decisivo a la ciencia o arte farmacéutico. No sucedió lo mismo en Alejandría, donde radicaba el núcleo más importante de la cultura egipcia.

Hipócrates inauguró una nueva era en las ciencias de curar.
Se distinguieron Erasistrato, Eudemus, Mantias y Zenón de Laodicea. El primero se singularizó por el empleo de los simples vegetales, en medicaciones sencillísimas de infusos y cocimientos; pero en realidad, los cuatro fueron más bien entendidos médicos y anatómicos que especializados en farmacia. En cambio, Apolonio Mys escribió un Tratado sobre los ungüentos, y Andreas de Caryota, otro de Materia médica, titulado Narte. Más tarde, aquel prolijo conjunto de conocimientos que integraban la medicina no pudo persistir sin peligro de confusiones, y se formaron tres ramas: la medicina propiamente tal, la cirugía y la farmacéutica. No quiere decir esta última denominación que tuviese la misma relación con la farmacia tal como después se la consideró, sino que pertenecían a un grupo los facultativos que prescindiendo de todo sistema dogmático y haciendo caso omiso de la psicología y anatomía, apreciaban por los síntomas y combatían mediante los medicamentos en oposición con los dietéticos. 
De ella se derivó la escuela empírica, con Filino de Cos y Serapión, inaugurando los preparados polifarmacos. Estos se idearon para curar y prevenir cuantas enfermedades pudieran presentarse, con las complicaciones dimanantes de las mismas inclusive. Las fórmulas de los respectivos preparados llegaron a ser complicadísimas, distinguiéndose como profesores de tal escuela, Apolonio de Antioquía, Heraclio de Tarento, Zofiro, Antioco Filometor, Artemisa de Caria, Mitrídates del Ponto y Nicandro, con sus poemas a la Triaca y a los Alexifarmacos.
La era turbulenta que el mundo atravesaba ponía en sobresalto los ánimos de los monarcas y personas poderosas, temiendo unos y otros constantemente perecer envenenados. Todas ellas protegían a los médicos para que inventaran contravenenos y preservativos de las ponzoñas. De estas circunstancias nacieron las triacas, llevando algunas, como la célebre de Mitrídates, el nombre del interesado protector, aunque no fuera propiamente él mismo quien la preparara.


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