La generosidad es la primera paramita y la que tiene aspectos más fáciles de comprender y practicar. Pero ¿te has planteado qué es ser realmente generoso?, ¿qué dificultades conlleva y qué beneficios nos aporta? En las enseñanzas sobre la generosidad me maravillaron las sutilezas que implica: no se trata de dar por dar, se trata de algo muy profundo y, al mismo tiempo, muy hermoso.
1. El significado de la generosidad
Como todas las paramitas, la generosidad es un estado mental, en este caso una disposición a dar. La generosidad, pues, es un estado interno que en su expresión ideal o perfecta debe tener la actitud de dar todo a todos. Ahora bien, en nuestra situación actual tenemos que estar de acuerdo con nuestros recursos y aptitudes –sin forzarnos a dar más de lo que psicológicamente estemos preparados– hasta que mejoremos y podamos entregarnos completamente, es decir, cuando haya una perfección de la capacidad interna.
La generosidad es la primera de las paramitas por ser la más accesible, ya que siempre tenemos algo que compartir por muy pobres que seamos –alegría, paz, conocimiento…–. Tiene un efecto doble: por un lado, elimina o nos libera de nuestras dependencias mundanas, de nuestros apegos en el mundo; por otro lado, aporta las condiciones propicias para el desarrollo espiritual.
Nos ayuda a adaptarnos y a aceptar el cambio dado que, al dar, reducimos nuestra visión de que aquello que tenemos nos pertenece indefinidamente.
De alguna manera, todo empieza con la generosidad, la generosidad espiritual, que quiere decir un estado noble donde estamos dispuestos a rendirnos, a ofrecer, a compartir lo mejor de nosotros con los demás, todo lo que esté asociado con nosotros.
2. La generosidad como paramita
Tal como vimos en el artículo anterior, para que un acto generoso califique como paramita es necesario que esté inspirado por la bodhichitta, respaldado por la comprensión de la vacuidad y sellado por la dedicación de méritos. Además, debe de tener las cuatro cualidades y estar libre de los siete apegos.
Las cuatro cualidades que califican a la generosidad como paramita
a) Un acto generoso debe eliminar su opuesto, la mezquindad, en el sentido de no esperar recompensa de ningún tipo –física o emocional–.
b) Además, debe comprender la carencia de existencia inherente de personas y fenómenos. La generosidad nos vincula con la ecuanimidad, ya que en realidad no estamos dando a alguien para ponerlo a nuestro nivel, estamos actuando en armonía con la necesidad de todos de encontrar una felicidad genuina. En el momento en el que hay cristalización del resultado, le añadimos una carga emocional que implica una existencia inherente de ese resultado, es decir, que existe de forma independiente.
c) También debe ser capaz de satisfacer las necesidades espirituales de los demás. Así, la generosidad nos ayuda a crear las condiciones materiales para el desarrollo espiritual.
d) Y, finalmente, debe ayudar a progresar en el camino de tres maneras:
Cambio de conducta. La generosidad nos ayuda a aceptar mejor que, en realidad, no hay nada ‘nuestro’; lo que tenemos es solo circunstancial.
Interés por el camino espiritual. Si damos lo que sea con una actitud desinteresada –libre de mezquindad– y con la motivación correcta, desde esta visión espiritual incrementaremos nuestro interés por el camino espiritual y el de los que nos rodean.
Progreso en el camino espiritual. El acto de dar, si no conlleva interés, creará un hábito en nosotros y ayudará en la práctica de otros.
Los siete apegos de los que la generosidad debe estar libre:
a) Para ser verdaderamente generosos no debemos tener apego a las posesiones o a las riquezas materiales. Por tanto, cuando damos debemos soltar completamente eso que damos.
b) Cuando veamos una situación en la que sea necesario dar, debemos hacerlo sin postergarlo a un futuro indefinidamente, libre del apego a posponer.
c) Muchas veces cuando damos algo nos sentimos satisfechos por esa acción. Pero si estamos apegados a sentir satisfacción inmediata por ello, esa no es la generosidad real.
d) Tampoco debemos esperar una recompensa en esta vida.
e) Y ni siquiera una recompensa en vidas futuras.
Estos dos últimos se basan en el apego a recibir un retorno, es decir, hay que dar sin expectativas de que vayamos a salir beneficiados.
f) El siguiente es estar libre del apego al opuesto de la paramita –a la mezquindad–.
g) Y, el último, estar libre del apego a las distracciones. Por una parte, que el acto de dar sea algo que nos aleje de una motivación altruista por ser un mecanismo de compensación egocéntrico que alimente la especulación –en el que prioricemos nuestra iluminación por encima de la de los demás–. Por otra parte, las distracciones pueden ser el pensamiento conceptual –que realmente hay un yo que da, un tú que recibe y una acción del que da hacia el que recibe–.
3. La práctica de la generosidad:
Su práctica se puede abordar en tres pasos.
Entrenar nuestra actitud:
Primero debemos tener una disposición a dar y, con ella, neutralizar el miedo que nos hace retener excesivamente. Aquí hay dos aspectos que son complementarios:
Ser feliz de tener la oportunidad de dar –por ejemplo, ante un mendigo– porque eso nos permite ser generosos. Dicho de otra manera, una situación, que en principio la vemos como desagradable –el rechazo inicial que puede producir ver a un mendigo–, es importante transformarla para que nos permita integrar la generosidad en nuestro desarrollo espiritual.
Ver al mendigo como un buddha. Esto nos posibilita comprender la divinidad que hay en él, viéndolo como si ya estuviese iluminado y nosotros rindiéndole tributo, homenaje y alabanzas.
Entrenarnos con acciones:
Esa cosa que más te gusta, esa, dala primero. –Shantideva–
Cuando damos no debemos tener preferencias, nuestra generosidad tiene que estar imbuida de ecuanimidad, de imparcialidad; tampoco estar esperando ocasiones especiales, es prioritario ser constantes en nuestra generosidad. Finalmente, es necesario dar sin reservas en lo que damos y en lo que no damos.
Entrenarnos gradualmente
Aquí es importante no forzarse. Hay que dar un paso, sí; si nos exigimos dos, tropezamos. Así, la acción en sí es el recipiente. Y solo sirve en la medida en que nos conmueve, que nos transforma por dentro. Por tanto, debemos dar hasta el punto de no arrepentirnos, de no sentir la pérdida. Pero, al mismo tiempo, también ser muy honestos, ya que “si siendo capaces, no damos lo que se nos pide, dañamos el voto de bodhichitta”.
4. La generosidad de ofrecer
El verbo ‘dar’ implica o señala la importancia del agente, de la persona que está dando. En cambio, si utilizamos como ejercicio el verbo ‘ofrecer’, entonces estamos explorando una posibilidad, estamos viendo lo que puede ser útil y se lo presentamos al otro, lo ponemos a su disposición; y el otro, el que recibe, tiene el poder de elegir, de tomar lo que quiere y como quiere. Esto es mucho más modesto, menos pretencioso.
Por lo tanto, todo lo que hagamos tratemos de hacerlo de una manera humilde, sin imposiciones. La generosidad debe ser una expresión del soltar, del desapego, donde presentamos y damos acceso a algo valioso, un recurso que sea beneficioso. La motivación debe ser buena, querer ayudar, beneficiar a los demás; lo que ofrecemos tiene que ser algo noble; y es necesario que todo se haga con los mejores modales y disposición.
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