Nuestro cuerpo debe adecuarse a las temperaturas más
bajas y a la falta de sol en nuestra piel. Y, claro está, debe recibir por
nuestra parte, sus moradores y propietarios, un trato acorde a las nuevas
circunstancias.
La dieta que nos resultaba útil y gratificante en los
largos y soleados días de verano ya no sirve: es demasiado frugal para el
invierno. La naturaleza, que sigue siendo sabia, inunda los mercados con
alimentos de temporada que aportan esas propiedades que nos ayudan a afrontar
los meses invernales y combatir los catarros, constipados y tiritonas tan
propios de esas fechas. En verano, el gazpacho es refrescante y sabroso; en
invierno, la sopa entona el cuerpo.
En otoño e invierno disponemos de alimentos de temporada
calóricos, como legumbres, patatas y boniatos que nos sirven para ir acumulando
reservas de energía. En estas fechas, las temperaturas bajan y nuestro
organismo necesita más calorías para mantener el calor corporal.
Alimentos de invierno
Los alimentos de temporada son interesantes desde una
triple perspectiva:
nutricional, económica y ecológica. La cantidad de nutrientes de un alimento
(vitaminas y sales minerales entre otros) depende, entre otros factores, de la
riqueza de los suelos en que se cultivan y del grado de manipulación a que se
somete al producto. Parece lógico que las hortalizas consigan su desarrollo
óptimo y ofrezcan su mejor aporte nutricional en las condiciones climáticas que
más favorezcan su crecimiento, las que marca su calendario natural. La mayoría
de las verduras y frutas de clima cálido se caracterizan porque su parte
comestible es el fruto: calabaza, calabacín, pimiento, tomate, melón, sandía, pepino
¿Y las de clima templado o frío, propias de esta temporada, ofrecen como parte
comestible las hojas, bulbos o raíces: acelga, espinacas, puerros, col,
coliflor ajo, cebolla, rábano
El alimento de temporada es casi siempre el que más
conviene a los consumidores: normalmente más económico, su calidad
organoléptica, según aseguran los especialistas en gastronomía, es también
mejor. Además, consumiendo productos de temporada contribuimos a respetar el
ciclo natural de producción, lo que conlleva una positiva repercusión en el
medio ambiente.
Verduras de invierno, contra el resfriado
Acelgas y espinacas, alcachofas, calabaza, col (berza
o repollo), coliflor o pella, coles de Bruselas, champiñones, guisantes y
habas, judías verdes, puerros, cardo, remolacha, rábano, lechuga de hoja de
roble, berros ¿son verduras de invierno. Durante estos meses, pocas personas se
librarán de dolencias respiratorias, como un resfriado o una bronquitis. La tos
es el síntoma más común de las tan frecuentes como indeseadas enfermedades del
aparato respiratorio. Hemos de aprovechar que tenemos a nuestra disposición
vegetales de temporada con propiedades muy útiles ante estas afecciones tan
molestas. Por ejemplo, las hortalizas aliáceas (cebolla, ajo, puerro ¿) tienen
propiedades mucolíticas y antisépticas: ablandan la mucosidad, favorecen la
expulsión de moco y actúan contra los gérmenes (bacterias o virus) causantes o
agravantes de la afección. La inhalación de la esencia que desprende una
cebolla o cualquier otra hortaliza aliácea ayuda a eliminar la mucosidad e
incluso puede aliviar la tos.
Los compuestos azufrados que forman el aceite esencial
de estos alimentos pasan rápidamente a la sangre nada más llegar al estómago y
se eliminan enseguida por los pulmones. Esto hace que a los pocos minutos de
haber comido cebolla o ajo, el aliento adquiera ese olor tan característico.
Esos compuestos azufrados ejercen una acción antiespasmódica, mucolítica
(facilitan la eliminación de la mucosidad) y antibiótica. Por tanto, las
afecciones de las vías respiratorias (sinusitis, bronquitis, neumonía) mejoran
con el consumo de estos alimentos, preferiblemente crudos o muy poco hervidos.
La borraja suaviza y desinflama las mucosas respiratorias. Esta verdura, también
invernal, contiene mucílagos de acción emoliente (suavizante). Hervida con su
caldo, resulta beneficiosa para las afecciones respiratorias.
La importancia de las vitaminas C y
A
El déficit de vitamina C reduce la resistencia a las
infecciones, lo que
puede comprometer nuestra salud durante días o semanas. Las verduras de la
familia de las coles son las más ricas en vitamina C y ácido cítrico, que
potencia la acción beneficiosa de esta vitamina. Igualmente, se consideran
fuente importante de antioxidantes naturales: antocianinas (color morado),
beta-carotenos (color amarillo-anaranjado-rojizo, enmascarado por la clorofila)
y compuestos sulfurosos. Las investigación más puntera indica la capacidad de
estas sustancias para impedir el desarrollo de tumores, aunque todavía no hay
consenso científico y queda mucho terreno para estudiar. La riqueza en azufre
de estas verduras promueve que se formen esos compuestos azufrados relacionados
con el olor tan particular que desprenden durante la cocción.
Por otra parte, nuestro organismo necesita vitamina A
para mantener en buen estado la piel y las mucosas (entre ellas, las que
recubren el interior de los bronquios) y reducir el riesgo de afecciones
respiratorias. La zanahoria es el alimento más abundante en betacaroteno,
antioxidante que en el intestino acaba transformándose en vitamina A a medida
que el organismo la necesita. Las hojas del nabo, los grelos, además de su
riqueza en folatos, vitamina C y vitamina E, contienen betacarotenos en
importante cantidad. Las verduras de hoja de temporada (acelga, espinacas,
endivia, borraja) son ricas en folatos y fibra y aportan asimismo
beta-carotenos (el color naranja está enmascarado en estas verduras por el
pigmento clorofila) y vitamina C (salvo la endibia). Al igual que en el resto
de verduras, las hojas más externas son las más vitaminadas. El betacaroteno o
provitamina-A no se destruye con el calor, por lo que esta sustancia no se ve
disminuida con la cocción de los alimentos. Con un consumo abundante de estas
verduras mejoraremos el estado de la mucosa bronquial y aliviaremos la tos.
A diferencia de la anterior, la vitamina C es sensible
al calor y a la oxidación. De ahí el interés de incluir cada día verduras
crudas en forma de ensaladas o ligeramente cocinadas para minimizar las
pérdidas de este nutriente.
Frutas, un aliado para la salud
Kiwi, limón, mandarina, naranja, pomelo, frutas
tropicales (papaya, chirimoya, piña ¿), frutas desecadas (higos, dátiles ¿) son
frutas de esta temporada que conviene consumir para proveernos de vitaminas. De
hecho, la abundancia vitamínica es una de las principales señas de identidad de
cualquier fruta, si bien unas contienen vitaminas que apenas aparecen en otras.
Todas las frutas de invierno son muy ricas en ácido
ascórbico o vitamina C. Los cítricos constituyen la primera fuente de esta vitamina, a excepción
de la guayaba y el kiwi que concentran la mayor cantidad de este nutriente.
También contienen ácidos orgánicos como el cítrico, que les confieren sabores
ligeramente ácidos. Este último potencia la acción de la vitamina C.
Además de la vitamina C, en las frutas de invierno
destaca el elevado contenido en carotenoides, pigmentos vegetales con capacidad
antioxidante. En estas frutas abunda también la fibra, mayoritariamente
soluble: pectina y mucílagos. En los cítricos, la fibra (pectina) se concentra
en la parte blanca que cubre la pulpa, que no hay por qué desechar. El color de
naranjas, mandarinas y pomelos lo aporta el beta-caroteno, del que aprovechamos
sus propiedades beneficiosas. El valor energético de las frutas de invierno
viene determinado por el contenido en hidratos de carbono simples (glucosa,
sacarosa y, principalmente, fructosa). La proporción es distinta según las
especies, registrándose variaciones importantes dentro de la misma especie. Las
más ricas en azúcares son las frutas desecadas (dátiles, higos secos ¿),
seguidas de las tropicales: chirimoya, níspero maduro, caqui, mango y piña
tropical.
La fruta, mejor entera La mejor forma de aprovechar
las cualidades nutritivas de cualquier fruta es consumiéndola cruda. Conviene
no excederse en el pelado, ya que la parte más externa, justo debajo de la
piel, es la que concentra mayor cantidad de vitaminas. Si opta por tomarla con
piel, no olvide lavarla para eliminar los posibles restos de pesticidas y otros
contaminantes que pudieran hallarse concentrados en la piel. Trocear la fruta supone
poner mayor superficie del alimentos en contacto con el oxígeno, por lo que la
pérdida de vitaminas por oxidación es mayor. Por tanto, lo más recomendable es
partirla justo en el momento en que se vaya a consumir. Ocurre lo mismo con los
batidos y purés: si queremos conseguir todo su aporte vitamínico hemos de
consumirlos inmediatamente después de elaborarlos.
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