Mendel, clave en
investigaciones genéticas
Hablar de herencia es hablar de genética, la
ciencia que estudia la trasmisión hereditaria de los seres vivos a través de la
reproducción. En otras palabras, herencia genética es la forma en que los
progenitores dan a su descendencia los caracteres que ellos poseen.
Cualquier característica de un ser vivo que
sea susceptible de ser trasmitida a su descendencia, la denominamos carácter
hereditario.
El conjunto de características (no visibles)
que un ser vivo hereda de sus progenitores se denomina genotipo, y
aquellas que se hacen visibles en él se denomina fenotipo; este último
viene determinado por el genotipo y las "condiciones ambientales"
en las que el ser se ha desarrollado.
Forma de trasmisión
de la herencia genética
La herencia genética es suministrada
conjuntamente por los progenitores; es decir, el genotipo del nuevo ser está
constituido por el aporte de ambos.
El Hombre aporta la herencia en los cromosomas
del espermatozoide.
La Mujer aporta su herencia en los cromosomas
del óvulo.
La unión de espermatozoide y óvulo forma la
célula y dentro de ésta se encuentran los cromosomas de ambos; estos cromosomas
son los que guardan la información de los caracteres hereditarios.
Los cromosomas son unos filamentos en
los que se agrupan los genes, formados por secuencias de ADN y ARN.
Un gen es una unidad de trasmisión
hereditaria que determinará, durante el desarrollo de un ser, la aparición o no
de un determinado carácter. Así, pues, los elementos que determinan las
características a heredar por un nuevo ser son los genes que están ubicados en
los cromosomas.
Cuando las mismas actitudes, trastornos o enfermedades
se
repiten en varios miembros de una familia, se les suelen atribuir una base hereditaria. Solemos considerar hereditario sólo
a lo genético. Nos olvidamos de una parte muy importante que también heredamos: la
dinámica de nuestro sistema familiar.
Gracias a la mirada microscópica, hemos llegado a comprender el funcionamiento genético a nivel molecular. Los genes
son una secuencia de nucleótidos que forman parte del ADN. Contienen la
información necesaria para la síntesis de moléculas capaces de llevar a cabo procesos
específicos en el
organismo, tanto estructurales como funcionales. Los genes son por tanto, elementos estáticos. La
existencia de determinado gen es una predisposición para que se puedan producir sus efectos. Pero
quien los lleva a cabo es un proceso dinámico de expresión
genética, en el que intervienen moléculas
de
ARN, que actúan de intermediarias entre el
ADN y las nuevas proteínas que sintetizan.
Sin embargo,
esta mirada microscópica deja fuera de nuestro campo de visión una gran parte de los
elementos que intervienen en este proceso. Si ampliamos la mirada,
podremos contemplar
que hay
millones de células expresando simultáneamente
una
parte de su información genética, y que el
organismo en su conjunto, está en permanente relación con su contexto exterior. Todo ello forma parte inseparable del proceso dinámico que es la vida.
La herencia genética determina las primeras fases de la formación estructural del organismo. Pero, a medida
que el nuevo ser se va desarrollando, van entrando en juego sus capacidades funcionales. Va
siendo más receptivo a los estímulos
del
entorno, con un nivel creciente de complejidad:
molecular,
celular, sensorial, emocional, cognitivo
etc.
De este modo, los procesos fisiológicos de desarrollo embrionario están siendo influidos por la interacción
dinámica con la madre y, a través de ella, con el
medio con el
que esta se
relaciona.
Cuando nacemos, el cerebro y el sistema nervioso aún no están completamente
desarrollados. Durante los primeros años de vida, los procesos de desarrollo estructural van acompañados de la influencia de la dinámica familiar.
Desde antes de nacer, la familia determina el espacio que vamos a ocupar en ella. Este se construye a
base
de expectativas, creencias y admoniciones. Durante la infancia, nuestro desarrollo biológico se produce en
estrecha
relación
con la herencia familiar. La imitación
de modelos,
el trato que
recibimos, la forma de mirar el mundo y a nosotros mismos va formando parte de lo que somos.
Heredamos así los patrones de comportamiento de nuestros padres y actuamos con los mismos personajes arquetípicos que van transmitiéndose en la familia de generación en generación.
A medida que vamos creciendo, aprendemos a ser como en la familia se espera que seamos. Así, poco
a poco, sin darnos cuenta, vamos siendo arrastrados por la misma inercia que arrastró a nuestros
padres, a nuestros abuelos y a todos nuestros antepasados. Hasta el punto de que para ser aceptado
por
los nuestros, creemos que tenemos que seguir mirando la vida como ellos esperan que la veamos, sin tener en cuenta las consecuencias ni las posibilidades de que algo pueda cambiar.
Cuando las mismas actitudes, enfermedades o trastornos se repiten en varios miembros de una
familia, atribuirlo a una causa exclusivamente genética
se convierte muchas veces en una excusa para continuar cómodamente instalado en
la
inercia familiar. Asumir que lo
que sucede en
una
familia es inexorable, es dejar
pasar una oportunidad de cuestionarnos cómo estamos viviendo nuestra propia
vida.
Es
un modo de intentar dejar a salvo nuestra responsabilidad en lo que nos sucede.
Pero
también es una forma de no plantearse que la vida se
puede afrontar de una forma distinta.
Una parte de nuestro proceso vital viene escrito en los genes. Nacemos
con
una predisposición genética. Pero hay una gran parte aprendida, que podemos transformar. Lo que sucede en nuestra
vida no está al margen de nuestra forma de vivir. El mayor condicionamiento no viene de fuera, sino
de
los patrones familiares que silenciosamente, fueron moldeando nuestra estructura interior. Salir de la inercia no es fácil. Requiere poner más conciencia en cómo estamos afrontado la vida y sobre todo, estar dispuestos
a cuestionarnos a nosotros mismos y a la herencia que hemos recibido de
nuestro sistema familiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario