El homeópata trata a su paciente con la misma sustancia que produciría en una persona sana los mismos síntomas que la persona enferma ya tiene. La idea es que el cuerpo combate naturalmente la enfermedad y que los síntomas son la manifestación de los intentos del cuerpo de combatir la enfermedad.
El homeópata trata de colaborar con el sistema de defensa del cuerpo ayudándolo y estimulando la manifestación de los síntomas más que luchando contra ellos e intentando suprimidos. La homeopatía sostiene que al cuerpo no le invade la enfermedad sino que produce los síntomas de la enfermedad a fin de luchar contra la enfermedad que por lo general es el resultado de una mala alimentación, de la tensión nerviosa y la ansiedad, de la herencia y/o de las condiciones ambientales. Todo esto contrasta directamente con la medicina alopática, que es la que se considera ortodoxa en la actualidad.
Desde un punto de vista homeópata, la medicina alopática combate la naturaleza y trata de cubrir los síntomas en lugar de dejar que el cuerpo se las entienda con el auténtico problema. Además la alopatía conlleva el riesgo de las complicaciones y efectos secundarios que pueden producir las drogas modernas que receta.
Las drogas homeopáticas provienen de fuentes vegetales, animales y minerales, se dan en dosis pequeñísimas para evitar los efectos secundarios y ejercen sobre el cuerpo una influencia muy sutil. Todas las medicinas homeopáticas se “prueban” antes de usarse, es decir, se dan a personas sanas para descubrir los síntomas que producen. Otro aspecto muy importante de la medicina homeopática es su teoría de que cada persona es un caso absolutamente único y que no hay una medicina para una enfermedad sino que hay ciertas medicinas que van bien a ciertas personas
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