Empatía, altruismo y compasión
Por Matthieu
Ricard
Es posible definir el amor altruista como “el deseo de
que todos los seres encuentren la felicidad y las causas de la felicidad”.
Ese deseo altruista viene acompañado por una
disponibilidad constante hacia los demás junto con la determinación de hacer
todo lo que esté en nuestro poder para ayudar a cada ser para la obtención de
su felicidad autentica. El budismo concuerda en este punto con Aristóteles para
quien “el aprecio” consiste en “desear a alguien lo que uno considera como algo
bueno” y “ser capaz de procurárselo en la medida de lo posible”.
La compasión es la forma que toma el amor altruista
cuando se ve confrontado al sufrimiento de los demás. El budismo la define como
“el deseo de que todos los seres sean libres del sufrimiento y de sus causas”.
Esta aspiración debe ser acompañada por la aplicación
de todos los medios posibles que permitan remediar dichos tormentos.
La empatía es la capacidad de entrar en resonancia
afectiva con los sentimientos de los demás y de tomar consciencia de su
situación de manera cognitiva. La empatía nos alerta especialmente sobre la
naturaleza y la intensidad del sufrimiento que viven los demás. Es posible
afirmar que esta cataliza la transformación del amor altruista en compasión.
El amor altruista debe buscar lucidamente la mejor
manera de procurar el bien a los demás. La imparcialidad requiere que no se
favorezca a alguien simplemente porque se siente mayor simpatía hacia él con
respecto a otra persona que puede llegar a tener las mismas necesidades o
incluso mayores.
Esta extensión contiene dos etapas principales. Por un
lado, se identifican las necesidades de una mayor cantidad de seres,
especialmente de aquellos que son considerados como extranjeros o enemigos. Por
otro lado, se otorga valor a un conjunto de seres sensibles mucho más vasto, lo
cual supera el circulo de nuestros familiares, de nuestro grupo social, étnico,
religioso y nacional, lo cual se extiende incluso más allá de la especie humana.
Es interesante observar que Darwin no sólo tuvo en
cuenta dicha expansión, sino que además la consideraba como necesaria. El
utilizaba la palabra simpatía en el sentido de la benevolencia: “La simpatía
hacia las causas presentadas anteriormente es cada vez más vasta y más
universal. No seríamos capaces de restringir nuestra simpatía, incluso si la
razón inflexible nos lo convirtiera en ley, sin que esto afectase la parte más
noble de nuestra naturaleza”.
¿Qué es la empatía?
La empatía es une termino que viene siendo cada vez
más utilizado por los científicos y en el lenguaje común y que se confunde generalmente
con el altruismo y con la compasión. La palabra empatía abarca en realidad
varios estados mentales distintos. La palabra empatía es una traducción de la
palabra alemana Einfühlung que hace referencia a la capacidad de “sentir a los
demás a partir del interior”.
Fue utilizada por primera vez por el psicólogo alemán
Robert Vischer en 1873 para designar una proyección mentar de sí mismo en un
objeto exterior al cual uno se identifica subjetivamente, como, por ejemplo:
una casa, un árbol viejo y nudoso o una colina modelada por el viento.
Posteriormente, el filósofo Théodor Lipps expandió esta noción para describir
el sentimiento de un artista que se proyecta gracias a su imaginación no sólo
en un objeto inanimado sino también en la experiencia vivida por otra persona.
La empatía puede ser activada por una percepción
afectiva de los sentimientos de los demás o por la imaginación cognitiva de lo
que han vivido. En los dos casos la persona hace una distinción clara entre lo
que siente y lo que siente el otro, lo cual es diferente del contagio emocional
durante el cual dicha diferenciación es imprecisa.
La empatía afectiva aparece por lo tanto de manera
espontánea cuando entramos en resonancia con la situación y con los
sentimientos de otra persona, con las emociones que se manifiestan a través de
expresiones faciales, de la mirada, del tono de su voz y de su comportamiento.
La dimensión cognitiva de la empatía nace al evocar
mentalmente una experiencia vivida por alguien más, imaginando lo que dicha
persona siente y cómo se ve afectada por la experiencia o imaginando lo que
nosotros sentiríamos en su lugar.
La empatía podría conducir a una motivación altruista,
pero también puede, cuando nos confrontamos al sufrimiento de los demás,
engendrar un sentimiento de desamparo y ganas de evitar la situación, lo cual
incita a enfermarse en sí mismo o a apartarse del sufrimiento que se observa.
La empatía cognitiva sin altruismo puede incluso
conllevar a la instrumentalización de la otra persona al sacar provecho de la
información que nos suministra sobre su estado de ánimo y sobre la situación.
Llevado al extremo esa es una de las características de los psicópatas.
Los significados atribuidos por diferentes pensadores
e investigadores a la palabra “empatía” así como a otros conceptos similares
como la simpatía y la compasión son muy variados y pueden por lo tanto
prestarse a confusión.
Sin embargo, la investigación científica realizada
desde los años 70-80, especialmente por los psicólogos Daniel Batson, Jack
Dovidio y Nancy Eisenberg, y más recientemente por los neuro científicos Jean
Decety y Tania Singer, han permitido aclarar las sutilezas de dicho concepto y
analizar sus vínculos con el altruismo.
Las diferentes formas de empatía
El psicólogo Daniel Batson demostró que las diferentes
acepciones de la palabra “empatía” finalmente previenen de dos preguntas:
“¿cómo puedo saber lo que otro ser piensa y siente?” y “¿cuáles son los
factores que llevar a preocuparse por lo que le suceda y responder con amabilidad
y sensibilidad?”.
Batson enumeró ocho formas diferentes de la noción de
“empatía” las cuales están relacionadas, pero sin constituir varios aspectos
del mismo fenómeno. Al analizarlas, concluyó que sólo una de dichas
manifestaciones la cual denomina “amabilidad empática” es necesaria y
suficiente para generar una motivación altruista.
La primera forma, es el conocimiento del estado
interior de otro ser, el cual nos puede suministrar argumentos para sentir
amabilidad hacia él, sin que esto sea suficiente, ni indispensable para generar
una motivación altruista. Por lo tanto, se puede ser consciente de lo que el
otro piensa o siente y permanecer indiferente frente a su situación.
La segunda forma es la imitación motriz y neuronal.
Preston y de Waal fueron los primeros en proponer un modelo teórico para los
mecanismos neuronales que sostienen la empatía y el contagio emocional. Según
dichos investigadores, el hecho de percibir a alguien bajo cierta situación
lleva a nuestro sistema neuronal a adoptar un estado analógico al suyo, lo cual
genera un mimetismo corporal y facial acompañado por sensaciones similares a
las de la otra persona.
Este proceso de imitación por observación de
comportamientos físicos también es la base de procesos de aprendizaje que se
transmiten de un individuo a otro. Pero este modelo no diferencia claramente la
empatía, en la cual confundimos nuestras emociones con aquellas de los demás.
Según Batson, este proceso puede ayudar a producir
sentimientos de empatía, pero no es suficiente para explicarlos. En efecto, no
siempre imitamos las acciones de los demás; por ejemplo, reaccionamos de manera
intensa al observar a un jugador de futbol marcar un gol, pero no nos sentimos
necesariamente propensos a imitar o a resonar emocionalmente con alguien
mientras organiza sus documentos o mientras come un plato de comida que no nos
gusta.
La tercera forma es la resonancia emocional, la cual
nos permite sentir exactamente lo que el otro siente, ya sea un sentimiento de
felicidad o de tristeza. Es imposible vivir exactamente la misma experiencia
que alguien más, pero podemos sentir emociones similares. No hay nada mejor
para ponernos de buen ánimo que observar a un grupo de amigos felices de verse;
y de manera opuesta, el hecho de observar personas que sufren intensamente nos
conmueve e incluso nos hace lagrimear.
Sentir de manera aproximativa lo que vive otra persona
puede generar una motivación altruista pero como se mencionó anteriormente,
este tipo de emoción no es indispensable ni suficiente. En ciertos casos, el
hecho de sentir las emociones de otra persona puede inhibir nuestra amabilidad.
Si frente a una persona aterrorizada comenzamos a sentir miedo, es posible que
nos afecte más nuestra propia ansiedad que lo que le sucede a dicha persona.
Además, para que tal motivación se produzca, basta con tomar consciencia del
sufrimiento del otro, sin que sea necesario sufrir de la misma manera.
La cuarta forma consiste en proyectarse intuitivamente
en la situación de la otra persona. Es la experiencia a la cual hace referencia
Théodor Lipps al emplear la palabra Einfühlung. Sin embargo, para verse
afectado por lo que le sucede a alguien más, no es necesario imaginar todos los
detalles de su experiencia, basta con saber que sufre. Además, se corre el
riesgo de imaginar lo que el otro siente.
La quinta forma consiste en crear una representación
muy clara de los sentimientos de la otra persona gracias a lo que ella nos
dice, a lo que observamos y a nuestros conocimientos sobre dicha persona, sobre
sus valores y sus aspiraciones. Sin embargo, el hecho de crear una
representación del estado interior de otra persona no garantiza la emergencia
de una motivación altruista. Una persona calculadora y malintencionada puede
utilizar sus conocimientos sobre nuestra vivencia interna para manipularnos y
hacernos daño.
La sexta forma consiste en imaginar lo que sentiríamos
si estuviésemos en el lugar de la otra persona, con nuestro propio carácter,
nuestras aspiraciones y nuestra visión del mundo. Si uno de sus amigos es un
gran fanático de la opera o de rock and roll y que usted no aprecia ese tipo de
música le será posible imaginar que él sienta placer y sentirse contento por
él, pero si usted mismo estuviese sentado en primera fila sentiría irritación.
Por esta razón George Bernard Shaw afirma: ˝No hagamos a los demás lo que no
quisiéramos que nos hicieran, porque los demás no necesariamente tienen los
mismos gustos que nosotros”.
La séptima forma es el sufrimiento por empatía, que es
lo que se siente cuando se es testigo o se evoca el sufrimiento de otra
persona. Esta forma de empatía puede hacer que se ignore la situación en lugar
de asumir una actitud altruista. En realidad, en este caso no se trata de
preocuparse por la otra persona, ni de ponerse en su lugar, sino de una
ansiedad personal generada por la otra persona.
Tal sentimiento de sufrimiento no genera
necesariamente una reacción de amabilidad ni una respuesta apropiada al
sufrimiento de la otra persona, sobre todo si nos es posible disminuir nuestra
ansiedad al alejar nuestra atención del dolor que dicha persona siente.
Algunas personas son incapaces de ver imágenes
conmovedoras. Prefieren alejar su mirada de las imágenes que les hacen daño en
lugar de ver la realidad. Sin embargo, el hecho de escapar física o
psicológicamente no ayuda en nada a las víctimas, sería mejor tomar consciencia
de los hechos y actuar con el fin de solucionarlos.
Cuando vivimos preocupados principalmente por nosotros
mismos, nos volvemos vulnerables a todo lo que puede afectarnos. Al ser
prisioneros de este estado mental, nuestra valentía se ve afectada por la
contemplación egocéntrica del dolor de los demás, el cual es vivido como un
peso que no hace más que aumentar nuestro sufrimiento. Contrariamente, en el
caso de la compasión, la contemplación altruista del sufrimiento de los demás
multiplica nuestra valentía, nuestra disponibilidad y nuestra determinación
para encontrar una solución a dicho sufrimiento.
Si la resonancia con el sufrimiento de la otra persona
nos genera sufrimiento personal, debemos dirigir nuestra atención hacia dicha
persona y reactivar nuestra capacidad de expresar bondad y amor altruista.
La octava forma es la amabilidad empática, que
consiste en tomar consciencia de las necesidades de los demás y en sentir el
deseo sincero de ayudarles. Según Daniel Batson, la amabilidad empática es la
única respuesta que se dirige hacia los demás y no hacia nosotros mismos, lo
cual es necesario y suficiente para producir una motivación altruista.
En efecto, cuando se presencia el sufrimiento de otra
persona es esencial adoptar una actitud que le aporte consuelo y decidir cuál
es la acción más apropiada para dar remedio a sus sufrimientos. El hecho de que
nos conmueva o de que sintamos o no las mismas emociones que dicha persona es
secundario.
Daniel Batson concluye que las seis primeras formas de
empatía pueden contribuir de manera individual a la creación de una motivación
altruista, pero ninguna de ellas garantiza la emergencia de dicha motivación,
como máximo constituyen sus condiciones indispensables. La séptima forma, es
decir, la el sufrimiento por empatía está claramente en contra del altruismo.
Solamente la última forma, es decir la amabilidad empática es necesaria y
suficiente para que nazca la motivación altruista en nuestro espíritu y que nos
incite a la acción.
Resonancias convergentes y divergentes
La empatía afectiva consiste por lo tanto a entrar en
resonancia con los sentimientos de la otra persona, así sean de alegría o de
sufrimiento. Sin embargo, este proceso es deformado por nuestras propias
emociones y por nuestros prejuicios que actúan como filtros.
El psicólogo Paul Ekman distingue dos tipos de
resonancia afectiva. La primera es la resonancia convergente: yo sufro cuando
tú sufres, yo siento rabia cuando tú sientes rabia. Si, por ejemplo, su esposa
regresa a casa alterada porque su jefe se comportó de manera inadecuada hacia
ella, usted se siente indignado y le dice con rabia: “¡cómo se atreve a
tratarte de esa manera!”.
En la resonancia divergente, en lugar de sentir la
misma emoción que su esposa y de enojarse, usted se replantea la situación y le
responde: “siento mucho que hayas tenido que afrontar a alguien tan grosero.
¿Qué puedo hacer por ti?”, ¿quieres una taza de té o prefieres que salgamos a
caminar?” Su reacción acompaña las emociones de su esposa, pero bajo un
registro emocional diferente.
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